| 
             EL PAÍS  
            -  EDITORIAL - 29-08-2006  
            Todos los 
            ingredientes del horror se han juntado en el terrible parricidio del 
            sábado en Osuna: un hombre que asesina a tiros a su mujer y a su 
            hija embarazada telefonea a otros hijos para decirles "ahí tenéis 
            vuestra herencia" e intenta luego, sin éxito, suicidarse. Todo ello 
            envuelto en el horror de 30 años de malos tratos a la familia, y de 
            miedo a que la tragedia llegara algún día. Temor cumplido: apenas 
            dos semanas después de ser denunciado por primera vez, Francisco 
            Lucena mató a su mujer y a su hija en la vivienda de ésta. Allí se 
            había refugiado la mujer tras rechazar uno de los hogares de acogida 
            previstos en la ley. 
            El caso es también 
            una muestra de las dificultades que en la práctica presenta la 
            protección de las mujeres amenazadas, por muchas que sean las 
            previsiones de la ley que aspira a ello. El juzgado había dictado la 
            correspondiente orden de alejamiento, que el asesino incumplió, y la 
            Guardia Civil había requisado sus escopetas de caza. Pero se agenció 
            otra -con los cañones recortados- para cumplir la amenaza que 
            profirió una semana antes, cuando su mujer inició los trámites de 
            separación. Con estas dos mujeres son ya más de 50 las asesinadas en 
            lo que va de año. En 2005 eran, a estas alturas del año, 37, y en 
            2004, 43. 
            Se comprueba una vez 
            más que la eficacia de la ley depende menos de su precisión que de 
            los medios disponibles para su aplicación. La aprobada a fines de 
            2004 se denominó integral porque combina aspectos 
            preventivos, asistenciales y sanitarios con los estrictamente 
            penales: agravación de penas, consideración como delitos de 
            comportamientos que antes se consideraban faltas, etcétera. En 
            delitos de este tipo, con un fuerte contenido pasional -el 20% de 
            los asesinos se suicida tras el crimen-, el componente disuasorio de 
            la ley no siempre es efectivo; pero seguramente sí lo es en las 
            fases iniciales, y de ahí que los expertos recomienden presentar 
            denuncia ante las amenazas y coacciones que casi siempre preceden a 
            las agresiones. 
            Una gran dificultad 
            es garantizar los medios de protección necesarios cuando el juez 
            dicta una orden de alejamiento: no es lo mismo su efecto cuando el 
            maltratador se va a un hotel que cuando se va a dormir al coche. 
            Pero un tratamiento singularizado de las medidas de protección 
            exigiría más medios. Los juzgados especializados en violencia de 
            género están sobrecargados de trabajo, según declararon algunos de 
            sus titulares al cumplirse, a comienzos de verano, su primer año de 
            funcionamiento. El balance en número de mujeres asesinadas es 
            desolador, pero no puede ser el único baremo para juzgar la eficacia 
            de la ley: cuentan también las muertes evitadas (cuyo número es 
            imposible de saber) gracias a las denuncias (unas 120.000 al año) y 
            las situaciones de maltrato a las que se ha puesto 
        fin.  |